Guía para sobrevivir sin un restaurador en campo

En el artículo de hoy, Clara E. Aranda Ruiz y Maria Jesús Aragoneses López, restauradoras,(puedes saber más sobre ellas en esta página web) han preparado un artículo muy útil para cualquier arqueólogo: unas nociones básicas de cómo debería ser el proceso desde que se extrae una pieza arqueológica hasta que esta es estudiada y enviada al museo.

Sin embargo, y como ellas mismas reivindican, lo mejor siempre, y lo más adecuado sin duda es contar con un profesional restaurador cerca.

En una excavación arqueológica hay que tener en cuenta un hecho ineludible: el momento de la extracción es el más crítico para cualquier material. El equilibrio que han mantenido durante siglos con el medio que los rodeaba se rompe de manera brusca. Este cambio de humedad y temperatura, así como la exposición al oxígeno y a la luz solar pueden ser muy traumáticos, y provocar incluso la destrucción de un objeto ya de por sí muy frágil.

Por ello es crucial una primera actuación basada en el conocimiento de los materiales. Y ahí es donde entra el restaurador. La necesidad de contar con un restaurador a pie de obra es una reivindicación recurrente en nuestra profesión, estaréis cansados de escucharlo, ¡pero no es gratuita! Un restaurador conoce los materiales, es capaz de detectar su estado de conservación, puede anticiparse a los problemas que puedan surgir y posee recursos para evitar o minimizar el impacto que la extracción supone para las piezas.

Sin embargo en la práctica no siempre se puede contar con un restaurador en el equipo. Vamos pues a intentar proporcionar unas mínimas nociones que pueden ayudar al arqueólogo a garantizar una extracción de las piezas segura y sencilla.
Nos centraremos en los materiales inorgánicos: cerámica, vidrio y piedra son, por sus características, los materiales que suelen aparecer con mayor frecuencia en el yacimiento. Generalmente (o más bien aparentemente) no presentan demasiados problemas: se extraen con facilidad, no se rompen, permiten el lavado y el pegado… pero no todo es lo que parece, y hay que ser prudente con algunas actuaciones.

LA EXTRACCIÓN

Extracción en bloque

Es frecuente que los fragmentos de cerámica, vidrio, pintura mural, etc, se recojan directamente, se siglen y se almacenen. Sin embargo, en ocasiones los objetos, aunque fracturados, se conservan completos, y mantienen su posición original. En estos casos es posible extraer todo el conjunto, manteniendo intacta la ubicación de los fragmentos, mediante una extracción en bloque.
El método más sencillo consiste en cubrir la pieza con una gasa de algodón, de una sola pieza o mediante vendas si se trata de un recipiente. Sobre la gasa se aplica un adhesivo con pincel o brocha, procediendo desde el centro hacia los extremos para evitar tensiones y pliegues. Para un mayor refuerzo puede aplicarse una segunda gasa colocando la trama en dirección contraria a la primera para evitar tensiones sobre la pieza.
Hasta aquí todo parece relativamente sencillo, pero antes de atreverse con una extracción de este tipo hay que tener en cuenta una serie de cuestiones.

1. Es fundamental que el adhesivo utilizado sea lo más reversible posible. Es decir, el engasado debe poder retirarse con posterioridad fácilmente mediante el empleo de un disolvente. Las opciones más habituales son disoluciones acrílicas (generalmente Paraloid B-72 disuelto en acetona) o adhesivos nitrocelulósicos (pegamento Imedio), pues se eliminan fácilmente con acetona.

2. Estos adhesivos retraen al evaporarse el disolvente. Por lo tanto, una concentración demasiado elevada puede fracturar piezas muy frágiles o descamar la superficie del objeto.

3. Si la pieza a extraer tiene policromía (por ejemplo, cerámicas sin vidriar, pintura mural…) la trama de la gasa puede quedar marcada. Para evitarlo, conviene proteger esas partes adhiriendo primero un papel japonés, con el mismo producto y el mismo método anteriormente descritos, antes de aplicar la gasa.

4. Si la pieza está muy húmeda los adhesivos no pegarán, sino que quedarán sobre la gasa formando una pasta viscosa. En estos casos debe esperarse a que la pieza se seque –siempre de manera controlada- antes de proceder al engasado.

Este sistema ralentiza mucho el trabajo, pensarán algunos. Sí y no. El tiempo que se invierte en extraer adecuadamente un conjunto, se recupera con creces a la hora de siglar, recolocar y adherir una enorme cantidad de fragmentos.
En todo caso, la extracción en bloque es una opción mucho más complicada de lo que parece, y requeriría el asesoramiento y la supervisión de un restaurador.

Piezas con policromía

Una parte especialmente delicada de las piezas enterradas es su decoración: cerámicas con pintura aplicada post-cocción, vidrios dorados, retoques al seco en pintura mural… pueden haber quedado, con el tiempo, más adheridos al sustrato que a la pieza.
Por este motivo las piezas no deben nunca arrancarse de la matriz, sino que conviene delimitarlas cuidadosamente cuando se observe riesgo de pérdida de la policromía. En casos de extrema fragilidad es mejor extraer la pieza rodeada de su sedimento, que posteriormente se retirará en el laboratorio con los métodos correspondientes.

Humedecer las piezas

Una última recomendación durante la extracción es evitar la práctica, bastante extendida, de mojar los materiales para ver mejor sus detalles. Esta aportación extra de humedad puede desencadenar procesos muy dañinos para la pieza. Un poco de paciencia previene muchos problemas posteriores 😉

Restauración en Arqueología
Restaurando material arqueológico

 

EL EMBALAJE

Secado

Una vez extraída la pieza, e incluso durante el proceso de excavación, debe evitarse un secado brusco y, en la medida de lo posible, la incidencia directa de la luz solar. El secado repentino provoca la movilización de las sales contenidas en la misma, aumentando la fragilidad del objeto o provocando desprendimientos superficiales. Ambas cuestiones pueden resolverse cubriendo los elementos con un plástico agujereado.

Embalaje provisional

El sistema más habitual, sencillo y rápido para embalar los fragmentos recuperados consiste en introducirlos en bolsas de plástico. Es una opción perfectamente válida, pero deben tomarse una serie de precauciones.

1. Las bolsas siempre deben perforarse. De este modo se evita la condensación de la humedad contenida en la pieza, que podría producir la formación de moho o las fracturas por secado brusco.

2. No deben acumularse fragmentos en una misma bolsa, ya que el roce y los golpes producirán erosiones y roturas. Conviene introducirlos en bolsas individuales.

3. Los materiales particularmente frágiles, como el vidrio, requieren algún tipo de soporte pues de otro modo se romperán irremediablemente. Lo más adecuado sería colocarlos en bandejas de plástico pero, si esta opción no es posible, puede ser suficiente con elaborar un sencillo «sobre» de papel. Tampoco sirve cualquier tipo de papel: folios, papel de periódico, papel de embalaje… contienen ácidos que pueden afectar a las piezas. Existen muchos materiales específicos en restauración, pero como solución sencilla y asequible puede emplearse papel secante de laboratorio, siempre que sea 100% algodón y con pH neutro.

EL LAVADO

Una de las tareas más habituales durante una excavación es el lavado de los materiales cerámicos, generalmente cepillándolos bajo grandes cantidades de agua.

Es un método poco cuestionado y que se hace casi por principio. Sin embargo es conveniente emplear la menor cantidad de agua posible, ya que una cerámica frágil puede disgregarse al humedecerse, además de otros problemas derivados de la movilización de las sales que puedan contener. Por ejemplo, en las cerámicas vidriadas la capa vítrea puede llegar saltar por las eflorescencias salinas. Por lo tanto, debería evitarse sumergir las piezas o ponerlas bajo una corriente; es más prudente humedecer el cepillo y frotar con cuidado la superficie. Las concreciones que no puedan eliminarse bajo un suave cepillado podrán retirarse mediante otros medios y bajo el debido control en el laboratorio de restauración.
Por otro lado en cerámicas no vidriadas el cepillado puede eliminar restos de policromía, sin que el arqueólogo llegue a percibirlo. Lo mismo ocurre con el posible contenido de los recipientes: trazas de aceites, alimentos, semillas… desaparecen para siempre bajo un lavado enérgico.

PEGADO

Otra actividad común es el pegado en el yacimiento de recipientes que han aparecido fragmentados. Es una labor necesaria, ya que posibilita conocer el perfil y tipología de los recipientes hallados, y de hecho los fragmentos están más protegidos cuando están adheridos que cuando permanecen sueltos.
Sin embargo, cuando los recipientes pegados en la excavación llegan al taller de restauración, éstos deben despegarse de nuevo para aplicar los tratamientos correspondientes. Este despegado es, lógicamente, un proceso costoso para el restaurador y agresivo para las obras, durante el cual se desprenden esquirlas y fragmentos. Este riesgo puede limitarse teniendo en cuenta un par de aspectos.
Conviene, como hemos mencionado, utilizar un adhesivo lo más reversible posible. Las mismas disoluciones de resinas acrílicas o adhesivos nitrocelulósicos indicados más arriba resultan óptimos. Por el contrario no deben utilizarse nunca emulsiones acuosas de resinas (como el PVA), adhesivos de contacto o resinas epoxídicas.
Y en cuanto al método de pegado, cuanto menor sea la cantidad de adhesivo empleada, más fácil será retirarlo posteriormente sin daño para la pieza. Es mucho mejor aplicar puntos discontinuos a lo largo del plano de fractura que embadurnarlo entero de adhesivo.

Vemos pues como las situaciones que pueden surgir durante una excavación arqueológica son innumerables y, aunque aparentemente no lo parezca, los objetos son siempre delicados, y su comportamiento imprevisible. Es por tanto misión de ambos, restauradores y arqueólogos, trabajar unidos en la preservación de la cultura material que ha llegado hasta nuestros días.

Lourdes Lopez Martinez

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